Año 8, núm. 15, julio-diciembre 2010. ISSN 1870-1477
MSc. María Antonieta Alfonso Ballesteros y
Dra. Iliana María Fernández Fernández
Universidad médica de Camagüey, Cuba
Resumen: El proceso formativo que
se quiere lograr en las universidades médicas, asume el reto de
preparar al estudiante en un sentido amplio que incluye también, entre
otros, el universo de saberes culturales que potencian la ampliación de
sus valores cognoscitivos, axiológicos y estéticos y contribuyen
a su crecimiento personal mediante el logro de cualidades más sensibles
y humanas, proceso que todavía exige la búsqueda de elementos que
susciten, de manera efectiva, su perfeccionamiento en ese sentido.
Palabras clave: Humanismo, formación cultural del
médico.
Recibido: marzo de 2010; aceptado para su publicación: noviembre de 2010.
"El médico que sólo sabe de medicina, ni medicina
siquiera sabe".
Don José Letamandi (siglo XIX)
La educación médica a nivel mundial, traza estrategias para potenciar, como tarea impostergable, un enfoque humanista del proceso de formación en las universidades, aspecto contentivo de esa aspiración es, sin duda, la formación cultural de los estudiantes.
A diferencia de la ciencia que nace con Galileo y adquiere su máxima expresión con Newton, el problema y significado del humanismo en el quehacer médico aparece en la Grecia del siglo IV antes de nuestra era. Se atribuye a Hipócrates el primer tratado de ética médica en su ya multicitado corpus hipocrático. Sin hablar de humanismo como tal, ya que el término no había sido acuñado, la medicina hipocrática establece una serie de criterios y formas de proceder que la hacen eminentemente humanista. La importancia que le otorga a la responsabilidad ética del médico la ubica en este plano central de los intereses humanos: en efecto, el médico debe poner su arte al servicio del enfermo.
Dentro del amplio espectro de definiciones sobre humanismo, la autora parte de considerar el concepto que sobre humanismo ofrece la Dra. Vilda Rodríguez (2006), quien lo considera dialécticamente como “…sistema de ideas y valores, centrados en torno a la formación de un nuevo tipo de hombre, a partir de la consideración de la dignidad, la libertad, la educación, la razón, la realización plena y la capacidad transformadora de los seres humanos, propios de un período histórico dado, y en correspondencia con un determinado ideal de sociedad…”. Este enfoque reviste gran importancia para su comprensión como un fenómeno global, y no limitado al estrecho marco de uno u otro momento de la historia.
El humanismo, en el contexto médico, ha sido abordado desde la más remota antigüedad bajo diferentes perspectivas, según la época y de acuerdo al estado prevalente del quehacer médico. El cambio que se suscitó, desde que la medicina era sólo el arte de curar, hasta cuando se convirtió en ciencia médica en el siglo XIX, con la formidable incorporación de los avances científicos tecnológicos, trajo consigo el replanteamiento de la antigua relación entre la práctica médica y su sentido humanista.
La autora considera oportuno traer a colación opiniones trascendentes de grandes clínicos de principios del siglo XX que ejemplifican el sentido humano de la medicina. Se sabe que el prestigiado médico de gran fama en Alemania, Ernst von Leyden, hacía a sus alumnos esta aguda advertencia: «El primer acto terapéutico es dar la mano al enfermo». Con ello subrayaba el papel benéfico de la relación médico-paciente, la que ya para entonces empezaba a deteriorarse. Un poco después el gran clínico William Osler afirmaba que el acercamiento al humano sufriente es el puntal para que la buena práctica médica, imbuida de ciencia y usando cuanta tecnología esté a su alcance, siga siendo buena y humanista. (Cruess, Richard L. 2007). Por otra parte, se ha señalado cómo por ese lugar entre las ciencias y las humanidades la medicina vendría a poner ese humanismo que el mundo requiere urgentemente para que la tecnología permanezca al servicio de los fines humanos. “…La medicina es la más científica de las artes y la más artística de las humanidades, la más humanista de las ciencias, la medicina es donde el humanismo adquiere su mayor significado…” (Pellegrino, E. 1990).
El humanismo, dentro del ámbito médico, nutre y se nutre de principios y normas que constituyen el dominio de la ética médica. En los últimos tiempos, la ética médica ha adquirido gran interés, (Oseguera Rodríguez, J.F. 2006), debido entre otras razones, “…como respuesta a la preocupación, cada vez mayor, que ocasionan los cambios debidos al auge de la medicina institucional y a la creciente aplicación de innovaciones tecnológicas en el campo de la salud, situaciones ambas que tienden a despersonalizar la práctica médica y que constituyen lo que se ha dado a denominar la deshumanización de la medicina (Oseguera Rodríguez, J.F. 2006)
Tales consideraciones reflejan que la ciencia y la técnica no son antagónicas al sentimiento humano, por el contrario, son complementarias, de manera que, la medicina moderna tiene la tarea de relacionarlas en forma equilibrada en beneficio de su paciente, lo que fundamenta la necesidad de su inserción en el proceso de formación de estos profesionales.
Algunos investigadores en el ámbito internacional entienden por humanismo médico, a todo el conjunto de valores, actitudes y prácticas que promueven una auténtica valoración de servicio y dan lugar a considerar al paciente como un semejante que sufre y solicita alivio. (Viniegra, 2000). Sin embargo, para este autor los aspectos más significativos que promueven el humanismo médico son: el afecto, el apoyo, el respeto y la solidaridad, valores que pueden ser favorecidos mediante una formación cultural que amplíe el espectro formativo desde una dimensión humana que le permita un mejor desempeño.
Una dimensión humanista, amplia e integradora en cuanto a las cualidades que sebe lograr en la formación del profesional médico está evidenciada en las categorías establecidas por Rogers, J; Coutts, L. (2000), dentro de ellas destaca que el futuro médico posea vasta cultura general, por lo que resulta importante pensar en aquellas alternativas que, desde el proceso de enseñanza aprendizaje de las diferentes materias del curriculum de la carrera de Medicina, pueden implementarse para cumplir con tales objetivos.
Se coincide plenamente con A. Vera Delgado (2004), quien llama la atención acerca de lo importante que es para la medicina del siglo XXI “…contar nuevamente con una pléyade de diletantes médicos ocupados en transmitir ciencia y arte, humanismo y medicina, en vigorosa simbiosis que le permita al paciente disfrutar del más riguroso cientificismo pero también de la generosa disposición anímica del humanista intelectualmente enriquecido…”. Este autor reconoce el papel que juega la formación cultural referida propiamente al arte en el enriquecimiento de la personalidad del médico pero desde la mirada estrecha de un estado de ánimo positivo, la autora considera que la cultura, propiamente relacionada al arte, trasciende el temperamento y el estado de ánimo de la persona y se expresa en valores, cualidades y formas de pensar y actuar más humanas e integrales.
Así mismo Chávez Rivera, I. (1997) planea que”… no hay peor forma de mutilación espiritual en un médico, que la falta de cultura humanista. Quien carezca de ella podrá ser un gran técnico en su oficio; pero en lo demás, no pasará de ser un bárbaro ilustrado, ayuno de lo que da la comprensión humana y de lo que fijan los valores del mundo moral…". Este autor reconoce la necesidad global de potenciar los valores morales desde una cultura humanista para un mejor desempeño y aunque no explicita el papel de la formación cultural de los mismos hace referencia a la necesidad de compresión humana la cual posee en su esencia la filigrana cultural de la humanidad.
La formación humanista, ha sido enunciada de forma más general como “… toda la carga de racionalidad, de civilización y cultura, de historia o religión que cada uno quiera depositar en el concepto…” (Oseguera, J.F 2006) y de igual manera, en el mundo contemporáneo, se han expresado algunas características para lograr esta formación, tales como la integralidad, empatía, autenticidad, respeto, la espiritualidad, la ética, la estética y la cultura en general. Tratando de diferenciarse de un proceso puramente profesionalista, en donde autores como Markakis, K et al (2000), han agrupado otras características como son: la responsabilidad, el altruismo, el compromiso con la excelencia, el deber, el honor y el respeto a los otros.
Elocuente resulta el hecho de la diversidad de criterios relacionados al concepto de humanismo médico, sin embargo, a criterio de la autora, todos versan en la importancia de la sensibilidad como cualidad rectora del mismo, la cual es entendida como la capacidad para captar valores estéticos y morales, así como, la tendencia natural del hombre a sentir emociones, sentimientos. (Diccionario de la lengua española, 2005)
Los estudios antes mencionados reflejan que la formación cultural de los profesionales de la salud no puede ser un elemento aislado, que no esté incluido como parte fundamental del proceso pues como dijera María Moliner (2007),”…este médico, con una cultura humanista, además de tener una comprensión más amplia, del complejo fenómeno salud-enfermedad, esta posiblemente mejor inclinado a ejercer una medicina humanitaria.”, sin embargo, notable diferencia existe entre la identificación del humanismo con el humanitarismo, entendido éste como la capacidad de hacer el bien por sensibilidad, o por compasión, enfoque que acentúa el lado filantrópico del humanismo, (Rodríguez Méndez , V. 2006); pero es evidente que el humanismo es un concepto mucho más amplio y abarcador tal y como se expresó con anterioridad.
Resulta interesante apuntar que en Bolivia y Perú, las facultades de Medicina han profundizado en la incorporación de unidades temáticas que difundan, de manera transversal en los planes de estudio, enfoques de género, ética, cultura, interacción social y humanidades. Algunas instituciones han creado incluso cátedras itinerantes sobre estos componentes. (Lazo de la Vega, B 2007).
En este empeño, se ha valorado las insuficiencias en el desarrollo del proceso formativo del estudiante de Medicina en el orden global, y dentro de ellas las carencias relacionadas con el arte como elemento cardinal en la formación cultural, así es reconocido por A. Vera Delgado (2004) quien expresa que “…la práctica médica combina necesariamente, las ciencias de la vida con el humanismo; es ciencia y es arte. Y hemos sido inferiores en la responsabilidad de entregarle a los jóvenes médicos instrumentos válidos para su correcta formación académica con una dimensión humanística...”.
Cuba no ha estado al margen de estas ideas, en el orden cronológico, resulta fundamental la historia de la formación humanista en el pensamiento cubano conducente a la educación en sentido general, la cual está de manifiesto desde lo expresado por un grupo de figuras del siglo XVIII y XIX como fueron Félix Varela, José de la Luz y Caballero, Enrique José Varona y José Martí, este último de gran importancia debido a que en él se sintetizan todas las ideas que le antecedieron.
Cintio Vitier calificó a José Martí como «profeta del mejoramiento humano (Vitier, C. 1997). Martí valoró la sociedad no sólo por la riqueza material sino por el factor humano: su cultura, lo espiritual. El conocimiento del arte siempre estuvo agnado como parte esencial de la formación humanista cuando expresó: “El arte no es una manifestación exclusiva sino una condición especial(…) ,(…)La madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios, es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura…” J. Martí (XIII. 301); “…se necesita abrir una campaña de ternura y de ciencia…” J. Martí (VIII.292)
El legado humanista martiano, se pronuncia con el anhelo de perfeccionar al ser humano y la posibilidad de mejorarse a sí mismo abordando la ética de las profesiones “…Un pueblo instruido ama al trabajo y sabe sacar provecho de él. Un pueblo virtuoso vivirá más feliz y más rico que otro lleno de vicios....” J. Martí (XIX.375).
Resulta trascendente además, que Martí consideró la relación armónica hombre-naturaleza, además de que exige conocer la realidad: “que desde la enseñanza primaria hasta la final y titular, la educación pública vaya desenvolviendo, sin merma de los elementos espirituales, todos aquellos que se requieren para la aplicación inmediata de las fuerzas del hombre a las de la naturaleza...” J. Martí (VIII.272) .Considera que la escuela debe incluir y lograr, a través de la formación humanista, el manejo, dominio y encausamiento de las fuerzas sociales que contribuyen a precisar y transformar el contorno del mundo que se construyen los hombres. José Martí señala la necesidad de …”una escuela de la razón y el corazón, una escuela para el despliegue de la personalidad y al servicio de la comunidad, una escuela para la libertad, la belleza y la justicia, una escuela de ciencia, de amor desde la primaria hasta la universidad…” (Vitier, C. 1997)
En la cita anterior se resume en pocas y muy precisas palabras, el desenvolvimiento espiritual en conjunción con lo utilitario, y precisamente hoy se reafirma que el conocimiento científico-tecnológico no es la única premisa: “…No basta con plantear metas cognitivas sino de enlazarlas con otras de carácter social y humano…”. (Núñez, J. 1999).
La educación como fenómeno social se patentiza en el ideario pedagógico cubano de pedagogos predecesores y contemporáneos. Lo fundamental en su concepción es educar en la vida, por la vida y para la vida. Por tanto, la esencia social de la escuela cubana ha de manifestarse en los vínculos que cotidianamente establece con el entorno mediante los objetivos planteados en el modelo del egresado y en las formas y métodos desarrollados para cumplir tal encargo social. Con razón Esquivel, (2202, p.7) plantea que “…si uno de los objetivos fundamentales de la universidad es resguardar, promover y ejercer el humanismo, como formación integral, entonces su función trasciende la formación profesional y adquiere una dimensión de servicio social…” Esta trascendencia de su formación profesional puede verse materializada desde la misma formación académica, al imbricar aspectos de la cultura universal, del patrimonio de la humanidad, con las asignaturas del plan de estudio, en función de la necesidad social de egresar un profesional de salud con sólida dimensión humana.
La declaración de la Habana del Proyecto Regional de Educación para América Latina y el Caribe concibe las prácticas educativas determinadas por la cultura de la escuela, por lo que mejorar la calidad y equidad de la educación pasa necesariamente por transformar la cultura y funcionamiento de las mismas y promover cambios desde las propias instituciones.
Así mismo se comparte las pautas acerca de cómo pudieran ser decodificados estos retos, fundamentados esencialmente en la demanda apremiante actual acerca de potenciar personalidades autónomas, con capacidad de juicio y con la responsabilidad personal necesaria para contribuir a la realización del destino colectivo de los hombres.(Colunga, S. 2005)
Según lo expresado por Portuondo, R (2005), para lograr la excelencia en la educación con un enfoque humanista, esta deberá tener como vigía el desarrollo humano. Solamente cuando la educación contribuya al desarrollo humano, podremos estar seguros de la continuidad de la especie. Y solamente a ello, podremos denominar educación de excelencia.
La formación cultural en la educación se irradia a todos los centros docentes sin tener en cuenta los diferentes ministerios al que pertenezcan, por lo que la educación médica cubana no está exenta de todas las características que juegan un papel importante y activo en el orden social. Un mejor acercamiento y empatía entre el médico y los miembros de la comunidad donde este se desarrolle estará favorecido por la formación cultural que el galeno posea, que permita establecer un vínculo y una retroalimentación positiva entre los individuos.
Diversos son los conceptos que aluden a lograr una formación cultural en la educación los cuales, según Torroella, G (2005:11), “…tienen como común denominador propender a la realización plena de las potencialidades humanas que se logra a través de una serie de aprendizajes básicos para una vida de mejor calidad que es la que trasciende a la persona y se orienta hacia los valores humanos superiores, que constituyen el sentido de el desarrollo humano y el objetivo final de la educación…”.
La idea anterior es conducente a tomar en cuenta el contexto social en que los individuos se insertan, matizado por las necesidades, intereses y motivaciones personales, donde se propicie un proceso docente integrado fundamentalmente, por espacios de interpretación, de expresión, de reflexión crítica sobre diversas temáticas de la vida social, así como también por espacios estético-artísticos donde se realicen dentro del acto docente , actividades didácticas permeadas de mensajes contentivos de valores socioculturales, con una intencionalidad educativa que propenda a la orientación axiológico-humanista del futuro profesional.
Tal reflexión permite entender que en el proceso de formación de los profesionales de la salud, es imprescindible enseñar los conocimientos científicos, relevantes para la comprensión del proceso salud-enfermedad, sin desestimar la oportunidad de expresar una visión que enriquezca estos conocimientos con una visión integral, sin desaprovechar la excelente oportunidad de aumentar a la vez, el acervo cultural referido al quehacer artístico de la humanidad como herencia universal capaz de transformar mediante cualidades y valores humanos a estos profesionales.
En correspondencia con la elevación de la cultura general integral como uno de los objetivos esenciales del proyecto social cubano, Molina, N (2005), considera que le corresponde, por tanto, a estas universidades la responsabilidad de ofrecer una formación a los estudiantes, que les permita asumir su rol; pero para lograr tales aspiraciones, la formación cultural que se pretenda desarrollar debe sustentarse científicamente en fundamentos filosóficos sociológicos, psicológicos, pedagógicos y culturales del problema, coherentemente interrelacionados.
El desempeño y el bienestar de las necesidades humanas a través del proceso de formación cultural, hace que la persona propase el horizonte biológico y la elemental característica reproductiva, acrítica e improductiva, se forje y escale al nivel humano superior del desarrollo humano, de un conocimiento sensible, creativo, humano, crítico y reflexivo que promueva una conducta transformadora, y trascienda, así, desde el individuo como ente social a la comunidad y su entorno social para logar de esta forma su autorrealización y el desarrollo pleno de sus potencialidades, que sea portador de las cualidades humanas necesarias para convertir y transformar su entorno de manera positiva y propiciar una mejor calidad de vida.
Ello ha tenido su expresión concreta en el caso de Cuba, donde se ha reconocido que : “Los centros docentes deben enrumbar orgánicamente su labor pedagógica en relación con una visión científica y el estudio y empleo de los métodos de ese carácter, con rigor y seriedad, y hacia el fortalecimiento de la cultura humanista en el sentido que se entiende en nuestra América” (Hart, 1995, p.21-22), lo cual se materializa en el desarrollo de una formación cultural integral y de valores en los profesionales universitarios que tengan como base dicha formación humanista, potenciando la educación desde la instrucción misma, a través de las propias materias profesionales, y priorizando el objetivo de “proyectar una formación humanista desde estas asignaturas y disciplinas”. (Ministerio de Educación Superior, 2001, p.24)
Todo lo anterior enfatiza la necesidad de analizar el papel de la cultura en la formación humanista de cualquier profesional, la cual ha sido abordada desde la Filosofía, la Antropología, la Sociología, la Psicología o la Semiótica, entre otras ciencias, en los que se ha abordado esta noción en correspondencia con el desarrollo científico y social desde las perspectivas en que la asumen. Sin embargo, de una forma u otra, en todas ellas se considera la cultura como resultado del desarrollo social del hombre. (Atiénzar, O; 2009)
Tal observación conlleva a tomar como punto de partida, que la misma debe ser abordada y sistematizada en el proceso educativo, la cual tendrá una dimensión desarrolladora al incidir de manera positiva en el plano objetivo y subjetivo del individuo. Se coincide plenamente con A. Hart, (2001:112) al reconocer la dimensión activa y transformadora de la cultura, que “…no puede ser limitada al adorno de la vida, no puede ser entendida como accesorio, divorciada de los espacios concretos de la realización de los individuos, grupos o sociedades…”
Desde otras perspectivas, diferentes modelos han tratado de revelar el complejo fenómeno que es la cultura, entre ellos, Stanislav Lem, la considera como un sistema cibernético que permite introducir la racionalidad humana en el entorno natural y establecer sistemas en la naturaleza, Álvarez L(2005). El antropólogo Claude Lévi- Strauss (1970) le concede singular relevancia al papel de la cultura en el desarrollo humano; los semiólogos I. Savranski (1980) y E. Sokolov (1988), ofrecen profundos análisis sobre el carácter multifuncional de la cultura y Iuri Lotman (1979), apunta al análisis sistémico como base metodológica para su estudio. Guadarrama (1990: 67) y Torroella, G. (2004) le ofrecen un sentido holístico, general, integral; este último autor insiste en que la formación cultural posee un alto nivel de síntesis y generalización sobre áreas fundamentales de la realidad. La formación cultural “consiste en tener una idea sobre el universo, la naturaleza, de la vida, del hombre, su obra y la sociedad humana y finalmente de sí mismo, de la propia vida.” (Torroella, G. 2004:25).
Dentro del amplio espectro de definiciones relacionadas con la cultura que aparecen en la bibliografía consultada, desde el punto de vista funcional para esta investigación, se asume el concepto de cultura general integral explicitado en el proyecto de escuelas secundarias básicas, versión 07 / 28 de abril del 2003, la cual significa entre otras características, expresar en los modos de sentir, pensar y actuar, conocimientos y valores sobre las diferentes manifestaciones artísticas que le permiten su apreciación, disfrute y manifestación en algunas de sus modalidades.
La reflexión anterior adquiere singular relevancia para la presente investigación, la formación cultural del estudiante en las universidades, debe dar continuidad a este proyecto y tener como premisa, además del aspecto instructivo, el aspecto educativo de cultivar, configurar y desarrollar las funciones de apropiación de la información, para ayudar al educando a una mejor formación cultural integral.
Torroella propone una ¨Pedagogía de la formación cultural¨, la cual plantea que la formación cultural requiere la selección y asimilación consciente, activa, crítica de la formación que se recibe, en vez de basarse en la adquisición pasiva, memorista y formalista de los conocimientos.(Torroella, G. 2004:6).
Se retoman en esta investigación las ideas de Torroella, G. (2005) en relación a los aspectos que se corresponden con la categoría de lo culto, entre los que se destacan:
Partiendo de estas consideraciones, el contacto entre arte y pedagogía, imprime un sello de autenticidad al proceso formativo con un carácter integral. Con toda razón E, Morales Nieves. (s.a.) plantea que “La educación requiere del arte como uno de los elementos formativos de la personalidad; el arte a su vez necesita de la educación para pulirse y para buscar nuevas expresiones”. Idea que corrobora que la función del profesor universitario es instruir, pero también educar en los sentimientos, en la cultura y el arte en el marco de una profesión y que el proceso docente puede favorecer desde su concepción al desarrollo de actividades que, sin perder la esencia académica, favorezcan la apropiación de elementos artísticos como potencial de cualidades y valores para lograr un profesional más culto y sensible en todas las esferas de su actuación social y ciudadana.
Autores como Ramos Serpa (2005); Placeres Hernández JF, et al. (2008), entre otros, conciben los elementos artísticos como parte de la formación estética, la cual es concebida como una de las funciones de la formación humanista , que esclarece una concepción científicamente argumentada acerca de lo bello y de sus parámetros, participando en la conformación de capacidades para la creación y la percepción estética de la realidad. A tono con ello, queda claro que las exigencia de calidad en la producción de bienes y servicios supone cada vez más un componente estético en los mismos que representa tanto una ventaja competitiva como un indicador del grado de satisfacción de las necesidades crecientes de la humanidad. Por eso, estar al nivel de tales exigencias implica encontrarse preparado para diseñar, producir y promover un producto estéticamente apto.
En un estudio llevado a cabo por la Universidad Médica de Matanzas, relacionado con la formación cultural en estos centros de enseñanza superior, se contempla como elemento fundamental dentro del mismo a la dimensión estética, la cual propicia el fomento del gusto y la sensibilidad por la actividad profesional. La belleza como valor destaca el desarrollo de la preocupación estética por los resultados de la profesión así como la satisfacción por la obra a realizar. “Todo médico debe ser un creador y como tal en él estará presente la sensibilidad del artista”. (Placeres Hernández JF, et al.2008) Esta cualidad es aplicable no solo en el sentido médico de la profesión , a saber, la labor quirúrgica, a la educación y promoción de salud, la rehabilitación, la investigación, etc. sino que como expresa G, Ramos Serpa (2005),“Tal dimensión de la formación también se expresa en el plano individual del profesional, quien tanto con arreglo a su persona como a su entorno, será apreciado integralmente, y no sólo por ser el más actualizado conocedor de los últimos avances de su campo profesional”.
Lo anterior sugiere la pertinencia de introducir elementos artísticos en el proceso de formación del individuo, lo cual ha sido también abordado desde el punto de vista psicológico por Vigotsky en su obra Psicología del Arte, el cual muestra la función del arte en la vida de la sociedad y en la vida del hombre como ser socio-histórico,demostrando precisamente la influencia de los aspectos culturales en la esfera cognitiva y motivacional de los individuos así como el carácter transformador de las obras artísticas en el ser humano, Vigotsky, considera que al igual que un procedimiento artístico provoca la metamorfosis del material de la obra, puede provocar asimismo la metamorfosis de los sentimientos… (Vigotsky, 1987:9). El significado de esta metamorfosis de los sentimientos consiste, según Vigotsky, en que éstos se elevan sobre los sentimientos individuales, se generalizan y se forman transformadores de la sociedad. De manera que los elementos artísticos como parte esencial de la cultura general enriquecen la formación humanista expresada en un modo de comportamiento integral.
Vigotsky parte de reconocer que la forma artística supera el material contentivo de ella es decir, reconoce el arte como técnica social que propicia emociones, sentimientos, cualidades y valores y que incidirán puntualmente en la conducta del individuo. Considera la obra artística como un “conjunto de signos estéticos, dirigidos a provocar emociones en la gente” (Vigotsky, 1987).
De igual manera, Kandinsky considera que…”cuando se alcanza un alto grado de sensibilidad los objetos y los seres adquieren un valor interior, y finalmente un sentido interior…. (Kandinsky, W. 1995). Es así como el crecimiento de la sensibilidad estética, íntimamente relacionado con la calidad de las experiencias del entorno, aumenta y desarrolla la identidad en la persona y, por lo tanto, el enriquecimiento cultural; así se convierte su cotidianidad en un permanente impulso poético de amor a la vida y de compromiso en el cuidado y las transformaciones de los contextos natural y social… ” Kandinsky, W (1995)
La sensibilidad estética constituye entonces una forma superior de la sensibilidad humana, al expresar toda la riqueza y plenitud de la relación del hombre con la realidad. En esa relación cualitativamente distinta, el objeto, por encima de su condición concreto – sensible, expresa también, como ya se ha dicho, un determinado contenido humano. Se trata de percibir la realidad desde una perspectiva determinada; de una singular manera de ver y apropiarse individualmente de su entorno material y espiritual. “Es además una manera de vivir; a través de esta el ser humano traza la forma cultural, la imagen de su cuerpo, su vestimenta, etc.; modifica posturas, actitudes, gestos y lo que le rodea… enriquece nuestra vida, nos proporciona la posibilidad de un disfrute más allá de las acciones necesarias para la supervivencia, no es un medio, es un fin en si misma” (Del Campo, 2002: 28 – 29).
“…El hombre por medio del objeto de arte satisface sus necesidades estéticas de conocimiento, manifiesta su ideología, su subjetividad, su visión de la realidad. El objeto de arte le permite objetivar el vínculo existente entre su personalidad, la estructura cultural de la época y el medio social al que pertenece que de alguna manera lo condiciona, pero al que puede llegar a modificar…”Stokoe, P.(1990)
Sin lugar a dudas, una obra pictórica constituye un medio efectivo para potenciar la sensibilidaden los individuos, al ser considerada como una realidad polisémica fruto, a su vez, de múltiples confluencias, incardinada en un momento histórico preciso y resultado del trabajo de un creador concreto, de manera que puede transmitir un mensaje intelectual, sensorial, simbólico, historicista, social y espiritual, despertando sensaciones, aumentando el acervo cultural del individuo y enriqueciendo su personalidad.
En lo que concierne propiamente a la introducción de los elementos artísticos en el proceso formativo de los estudiantes universitarios, autores como G. Ramos (1998); Fandiño, J.M (2004), Vallés Villanueva, J (2005), entre otros, hacen un llamado a las instituciones para comprender el sentido que tiene el arte en favorecer la formación integral y humanista de los estudiantes y futuros profesionales, sin embargo a criterio de la autora, los elementos artísticos pueden ser tratados didácticamente desde las diferentes disciplinas de un plan de estudio de nivel superior y no necesariamente favorecidos desde un proceso extensionista en las universidades, para que a través del proceso docente, en una realidad que concibe una diversidad cultural manifiesta en estudiantes de diferentes contextos y latitudes, propicie un proceso mas interesante, motivador, auténtico y conservador de las propias identidades culturales desde la convicción del verdadero enriquecimiento cultural.
Desde estos fundamentos, se asume la cultura y la asimilación de los elementos artísticos como complementos de la cualidad esencial del médico humanista que se necesita egresar de todas las universidades, de manera que como expresa Chávez Rivera, I. (1997) "El humanismo no es un lujo ni un refinamiento de estudiosos que tienen tiempo para gastarlo en frivolidades disfrazadas de satisfacciones espirituales. Humanismo quiere decir cultura, comprensión del hombre en sus aspiraciones y miserias, valoración de lo que es bueno, lo que es bello y lo que es justo en la vida, fijación de las normas que rigen nuestro mundo interior, afán de superación que nos lleva, como en la frase del filósofo, a «igualar con la vida el pensamiento”. Esa es la acción del humanismo al hacernos cultos. La ciencia es otra cosa: nos hace fuertes pero no mejores. Por eso, el médico mientras más sabio debe ser más culto.